Según Claudia Goldin, las diferencias entre hombres y mujeres fluctúan y están ligadas a fenómenos culturales, sociales y políticos.
Aunque defensora de los derechos femeninos, Goldin no se limitó a medir diferencias de ingreso entre hombres y mujeres como un mero acto de discriminación, sino que investigó sus causas, remontándose hasta 200 años para documentar, por caso, cómo la revolución industrial debilitó el rol de generadoras de ingreso familiar de las mujeres al llevar el trabajo de las casas a las fábricas y excluirlas del mercado laboral, del mismo modo que en la segunda mitad del siglo XX el creciente peso de las actividades de servicio y la importancia de los estudios superiores les permitió recuperar protagonismo y achicar las brechas con los hombres.
Un hito decisivo fue –demostraron Goldin y su esposo, el también economista Lawrence Katz- la creación y creciente uso desde los ‘60s de la píldora anticonceptiva, que dio a las mujeres mayor control para decidir si y cuándo tener hijos e hizo que entre 1967 y 1979 el porcentaje de mujeres de 20 y 21 años que esperaba seguir en el mercado laboral al cumplir 35 años aumentara del 35 a 80 por ciento.
En la Argentina esa “revolución silenciosa” no llegó aún a los roles de género y, en particular, a las tareas de cuidado, dijo a Infobae María Inés Berniell, economista del GenLAC, una iniciativa del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) “para promover la equidad de género mediante la generación, análisis y diseminación de evidencia para América Latina”.
Varias brechas
Las brechas de género, escribieron Berniell, Mariana Marchionni y María Florencia Pinto, se refieren a diferencias entre hombres y mujeres en varias dimensiones: salarios, participación laboral, tipo de ocupación, nivel educativo, participación en la toma de decisiones y muchos otros aspectos de la vida.
Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, la fuente más confiable y representativa disponible, muestran que las mujeres ganan por hora un 16% menos que los hombres, incluso dentro de la misma ocupación, trabajando en el mismo sector y la misma cantidad de horas y en empleos que comparten características como la formalidad o el tamaño de la empresa.
Si, además, se compara mujeres y hombres con la misma educación, edad y lugar de residencia, la brecha es aún mayor: las mujeres ganan por hora 19% menos que los hombres, destacaron Berniell, Marchionni y Pinto.
Pero lo más importante es que enfocarse en la brecha salarial dentro de las ocupaciones no aborda la raíz del problema. “El problema de desigualdad de género en el mercado laboral va más allá de la brecha salarial que pueda haber dentro de una ocupación. Incluso si pudiéramos comparar personas que estén haciendo exactamente el mismo trabajo y no encontráramos diferencias, no podríamos decir que no hay brechas de género en el mercado laboral. Porque eso sería ignorar que, justamente, el problema está en que las mujeres no están en los mismos trabajos que los hombres”, resaltaron.
El fenómeno no se explica necesariamente por comportamientos discriminatorios de las empresas, sino a causa de estereotipos y normas sociales sobre los roles de género, “tan arraigados en nuestra sociedad y que típicamente asocian al hombre con un rol de generador de ingresos y a la mujer con el de cuidadora y encargada de las tareas del hogar. Esto impone una carga excesiva de responsabilidades de cuidado a las mujeres”, escribieron.
Dónde empieza la desigualdad
Por eso las autoras consideran que la brecha “dentro del hogar” es clave para entender lo que sucede fuera del mismo. En Argentina las mujeres casadas dedican casi 3 veces más tiempo a tareas del hogar y de cuidado que los hombres. “Incluso si comparamos a mujeres y hombres que trabajan, las mujeres dedican más del doble del tiempo a estas tareas. Si se suman horas trabajadas en el mercado y fuera del mercado, las mujeres en total trabajan más horas que los hombres”, precisa el trabajo, en base a datos de la encuesta de Uso del Tiempo 2021 para la Argentina.
Esta carga sobre las mujeres limita su capacidad para aprovechar su potencial en el mercado laboral y hace que la brecha se refleje ya en la participación laboral, que es 20 puntos porcentuales menor para las mujeres que para los hombres entre 25 y 55 años de edad. Implica también que cuando las mujeres trabajan lo hacen menos horas (unas 10 menos por semana), en empleos de menor calidad, más informales, peores pagos y en empresas más chicas, usualmente menos productivas.
Buscando compatibilizar familia y trabajo las mujeres trabajan menos horas y en empleos de menor calidad, en general más flexibles, porque eso les libera tiempo para volcar a las tareas domésticas y de cuidado. Y esas brechas de género laborales son mayores entre los más pobres.
Entre mujeres y hombres de menor nivel educativo la brecha en participación laboral supera los 30 puntos porcentuales, en tasa de informalidad es mayor a 11 puntos y en la probabilidad de trabajar en una empresa grande es de 25 puntos, dice el trabajo.
La evolución salarial de hombres y mujeres difiere fuertemente tras el nacimiento del primer hijo. Un estudio, de Marchionni y Julián Pedrazzi, calculó que en el caso de las mujeres el empleo cae un 25%, lo que aumenta la brecha de empleo, que no vuelve a cerrarse “aunque pasen muchos años”. A su vez, las madres que tras tener a su primer hijo siguen en el mercado laboral se pasan a empleos más flexibles, más informales y con peores remuneraciones. A causa de ello, precisa el estudio, después de nacer el primer hijo los ingresos de las mujeres caen en promedio un 35%, fenómeno referido como “efecto maternidad”.
Esto produce una pérdida importante de talento en la economía pues, según datos del GenLAC, en Argentina las mujeres adultas tienen en promedio 0,7 años más de educación que los hombres y en el grupo de 25 a 55 años un 27% completó estudios superiores contra 18% en el caso los hombres. La menor participación femenina implica así una “pérdida de talento” en el mercado laboral y, por consiguiente, una menor productividad de la economía, argumento en línea con algunas razones del Nobel otorgado a Goldin, “Cuando las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres en el mercado laboral, o cuando participan en condiciones desiguales, los trabajos no son asignados a los trabajadores más productivos. Comprender por qué existen diferencias de género en el mercado laboral permite aprovechar al máximo los recursos de la sociedad”, señaló la Academia Sueca.
“En vez de discutir exclusivamente si las empresas pagan lo mismo por el mismo trabajo, el enfoque debe ser nivelar la cancha antes de entrar”, dicen las investigadoras del GenLAC, para quienes lograr una igualdad real exige abordar no solo las diferencias salariales, sino desafíos más amplios, como la inserción de las mujeres en el mercado laboral, muy ligada a los roles de género y las responsabilidades de cuidado. “Las barreras que limitan la plena inserción de las mujeres en el mercado -concluyen- están en toda la sociedad y tienen su raíz principalmente dentro del hogar”.
La premio Nobel Claudia Goldin distingue además la “equidad de pareja” de la “igualdad de género”. En las parejas heterosexuales, dice, ambas partes pierden algo: las mujeres ingresos y desarrollo profesional, los hombres tiempo y disfrute de la vida familiar, mientras en las parejas homosexuales una eventual “inequidad de pareja” (por cómo se repartan trabajo y cuestiones familiares) no lleva a desigualdad de género.
Otro aspecto, señala la académica, es la existencia de greedy jobs, trabajos “codiciosos”, altamente demandantes, que en términos de ingreso y posibilidades laborales penalizan más a las mujeres que a los hombres, aunque es dudoso considerar un privilegio masculino el estar disponible para trabajar “a cualquier hora, desde cualquier lugar”.
Goldin fue la tercera mujer en ganar el premio Nobel de Economía, sobre las 93 personas que lo recibieron hasta la fecha. La antecedieron Elinor Olstrom (2009) y Esther Duflos (2019), que fue también, a sus 46 años, la persona más joven en obtener el premio mayor para los estudiosos de la “ciencia lúgubre”.